Artículo-resumen del debate homónimo del primer ciclo de Konsensuando
Por: colectivo de Konsensuando
El diálogo nacional, entendido como la negociación y superposición de intereses en función de un proyecto de país, existe en Cuba, aunque se encuentra visiblemente fracturado. En nuestra sociedad se dialoga, sí, pero no con la frecuencia y la profundidad necesarias; y esta situación termina nublando los horizontes socialistas de las jóvenes generaciones, algo que no puede resolverse con consignas, sino a través del más amplio compromiso con la transformación de la cultura.
Necesitamos una revolución cultural que nos ayude a comprender el contexto en que vivimos, y arroje luz sobre las contradicciones que muchas veces desembocan en rechazo hacia el proyecto social cubano. Precisamos una cultura de confianza en el pueblo que ―como explicaba Fernando Martínez Heredia― contribuya a desarrollar una alianza entre un poder político fuerte y un proyecto socialista participativo que lo convierta poco a poco en verdadero poder popular.
Sin embargo, muchos obstáculos se interponen entre la realización de ese anhelo y las condiciones sociopolíticas que vive Cuba en estos momentos. En medio de la peor pandemia de los últimos cien años, y luego de tres décadas de una profunda crisis económica, provocada por la caída del bloque socialista europeo y el recrudecimiento del bloqueo y las sanciones del gobierno estadounidense, se percibe un sentimiento de pérdida del consenso real en torno a la Revolución, coyuntura marcada además por el progresivo retiro de su liderazgo histórico.
Reconstruir estos consensos constituye uno de los grandes retos que tenemos los revolucionarios cubanos, y solo podremos conseguirlo a través de un diálogo político nacional, que busque una nueva correlación de fuerzas al interior de la Revolución y sume a tantas personas como sea posible.
Para ello se necesita establecer un diálogo nacional que no se asiente en las limitadas fórmulas de la democracia formal liberal, donde quienes participan son una minúscula parte de la población favorecida; se necesita un diálogo socialista que profundice y ensanche el poder revolucionario, el poder de la gente, donde el Estado es un instrumento y sus funcionarios servidores públicos.
La pluralidad creciente lo amerita y la sociedad civil en sus disímiles maneras de existir y organizarse tiene potencialidades de gestar ese diálogo, contribuyendo a la descentralización y rearticulación de la sociedad. Con una cultura de organización popular y una nueva cultura política, podemos cubrir espacios, junto a otros, no para competir con el Estado, sino para recrear y participar en un poder popular y revolucionario, desde abajo. Allí en el ejercicio eficaz de la soberanía popular todos tendremos la oportunidad de poner en juego lo que pensamos.
Diálogo, consensos y ciudadanía
Los consensos se construyen, se rompen y se reconstruyen todo el tiempo. Lo que nos debe preocupar son los consensos alrededor del socialismo, que hoy peligran. Más que una defensa acrítica del Gobierno y las instituciones del Estado, un revisionismo excesivo, o la pretensión de utopías infantiles; los revolucionarios cubanos debemos unir fuerzas en torno a la lucha por el socialismo y por una sociedad lo más justa y emancipada posible, donde la institucionalidad y los mecanismos de consenso social se perfeccionen constantemente. Situar el consenso en el socialismo y no en el elogio ciego al aparato estatal, detectar las flaquezas del Estado y contribuir a eliminarlas, representaría un duro golpe a las narrativas que intenta imponer la contrarrevolución.
De convocarse un diálogo entre todos los cubanos, este debe perseguir como resultado la democratización del ambiente dentro de cada organización y estructura de base. Aunque esto no puede lograrse sin incidir inteligentemente sobre las personas dogmáticas y conservadoras que también apoyan la Revolución: sin ellas no será posible el consenso, pero con ellas también puede fracasar, si las suspicacias y los discursos panfletarios sabotean el diálogo constructivo.
También resulta necesario extender el diálogo a esa franja social que se siente ajena al proyecto de la Revolución. Dentro de este sector, donde habitan apáticos y enajenados, debe hacerse un trabajo profundo para conminarlos a participar en las decisiones de la nación y asumir la importancia ciudadana implícita en ello. Los segmentos que han asumido irremediablemente una posición liberal y pro-capitalista, podrían entrar al diálogo desde el respeto, pero sería iluso pretender un consenso con ellos, dado que sus propuestas son totalmente antagónicas al socialismo y promueven valores que no nos interesa incorporar al país de justicia social por el que estamos luchando. En darle la posibilidad a esos sectores de sentarse a la mesa, puede subyacer una estrategia inteligente para restarle terreno a la agenda reaccionaria de Miami dentro del país.
Con respeto se pueden intercambiar distintos puntos de vista, incluso identificar criterios comunes o llegar a acuerdos mutuamente ventajosos. Sin embargo, cualquier diálogo deberá tener como base: 1) el rechazo a la violencia y el terrorismo; 2) la defensa de la soberanía nacional y la autodeterminación del pueblo cubano; 3) la condena al bloqueo económico, comercial y financiero estadounidense; y 4) el reconocimiento de la Constitución de la República, las leyes y las autoridades del país. Fuera de este marco no habrá entendimiento posible.
Retomando la idea del diálogo al interior de la población, consideramos estéril cualquier intercambio donde los puntos, ideas y consensos a los que se llegue sean incumplidos (o cumplidos a medias) por los directivos de las instituciones que se comprometieron en su materialización. Esto les resta credibilidad y los desprestigia.
Hasta ahora, el diálogo sigue viciado de problemas como la verticalidad, la falta de cultura del debate, el oportunismo, la cobardía intelectual y el poco o nulo interés en analizar temas complejos, cuestiones que se ven potenciadas, no en pocos casos, por la pasividad e inercia de los burócratas y por la apatía de las masas en participar activamente en un diálogo crítico y constructivo con los funcionarios. El diálogo entre la sociedad y los decisores debe convertirse en una tarea cotidiana, no en una orientación de los mandos superiores, que se cumple durante un corto periodo de tiempo y luego se abandona.
Tampoco estos intercambios pueden quedarse en la mera catarsis de la ciudadanía y la promesa de las autoridades de solucionar la coyuntura que en ese momento genere incomodidad. El diálogo pueblo-gobierno, en última instancia, debe ayudar a construir la agenda gubernamental y ser fuente constante de información para que los gobernantes puedan representar cada vez mejor a los gobernados; y así estos, a su vez, sientan la necesidad como grupo y como individuos de controlar y gobernar.
Comprendemos que para la consecución de un diálogo empoderado con el pueblo, resulta necesaria mucha voluntad política por parte de las autoridades gubernamentales y partidistas. Sus actitudes en este sentido, como gestores y actores fundamentales, deben ser coherentes, profundas, honestas, enfocadas y comprometidas con garantizar la convocatoria y la amplia participación de las masas.
Sin embargo, excepto ejemplos muy puntuales, en los que puede citarse al presidente Díaz-Canel y su equipo de trabajo más cercano, lo que prima es el desinterés de quienes, siendo servidores públicos, se hallan totalmente divorciados de las masas y rehúyen cualquier contacto con el pueblo, cualquier rendición de cuentas por su gestión. Todos conocemos ejemplos en ese sentido, y sabemos lo peligrosas que estas actitudes pueden resultar en la defensa y la reproducción de consensos.
Cuando las personas dejan de creer que sus problemas más próximos pueden resolverse con la ayuda de las instituciones de la Revolución, cuando las redes sociales sustituyen los mecanismos de comunicación pueblo-gobierno, cuando las autoridades de los municipios y provincias pierden legitimidad y prestigio ante la ciudadanía, se crean las condiciones para acontecimientos tristísimos como los de julio pasado.
Los jóvenes en el diálogo nacional
Si algo bueno podemos sacar de las zozobras políticas de este 2021, es el ascenso al espacio público de numerosos jóvenes que, desde una postura crítica y revolucionaria, intentan lograr una participación más activa en la vida política del país, algo que responde a una lógica generacional y reacciona a la despolitización y el pragmatismo generados en sus padres a partir de la década de 1990 y potenciados por la industria cultural de Occidente.
Esos jóvenes, con sus dudas y certezas, llevan años campeando por hacerse escuchar; solo que ahora son más visibles debido al desgaste natural de los sectores más conservadores de la Revolución y de la generación histórica. De alguna forma, esta juventud heredera de los ideales de nuestros líderes revolucionarios, están oxigenando la vida política del país y esa es una tremenda noticia.
No obstante, poco lograremos si primero no se cortan de raíz el temor y las sospechas hacia las iniciativas de los jóvenes, si se continúa asfixiando la creatividad al supeditarla a los márgenes institucionales y al burocratismo. A los jóvenes hay que darles la oportunidad de hacer, de equivocarse o no, pero de hacer.
El discurso de la confianza en la juventud debe llevarse a hechos. Darles más participación y escucharlos cotidianamente puede marcar la diferencia entre quienes sienten entusiasmo por el proyecto de país que defendemos y quienes buscan más allá de las fronteras cubanas la realización de sus esperanzas y planes de vida.
Diálogo, burocratismo y participación popular
Para lograr un diálogo nacional franco, efectivo y cotidiano, urge dotar a la ciudadanía de mecanismos que canalicen todos sus sentimientos sobre lo que funciona bien y lo que debe ser cambiado con prontitud. Para ello debe producirse un profundo reordenamiento de sistema político, que abarque todo el conjunto de variables, mediaciones, instituciones y agencias de la sociedad, con el objetivo de profundizar la democracia socialista, ensanchar el poder revolucionario, el poder de la gente, y lograr que los funcionarios ―como diría una famosa consigna zapatista― manden obedeciendo.
Entendemos que sólo un socialismo basado en la participación consciente, organizada y crítica del pueblo, a través de mecanismos efectivos de control popular sobre las instituciones y los estamentos burocráticos, puede mantener un proyecto de nación independiente, justa, solidaria y fraterna, próspera para todos, que respete a la naturaleza, defienda la inclusión y la diversidad, y rechace cualquier forma de discriminación.
Necesitamos estimular la capacidad propositiva de personas, grupos, organizaciones e instituciones, para que la participación ciudadana, el protagonismo y el control popular den solución a una de las tareas pospuestas del proyecto socialista: socializar, además de los medios de producción, el poder político.
Desgraciadamente, hoy todavía estamos bien lejos de esos derroteros. Con frecuencia, los dirigentes administrativos, políticos y empresariales son designados de manera vertical por las estructuras superiores, y no cuentan con un verdadero apoyo de las bases. A esto debe sumársele, la escasa efectividad de mecanismos para que el estudiante, el trabajador, el ciudadano, controlen al dirigente y le exijan ser innovador en su área de competencia.
Si logramos políticas de cuadro menos cerradas, si apostamos por la elección directa de quienes nos dirigen, si las decisiones se toman de manera colegiada, si se incentiva la participación de las personas, si se reparten y rotan las cuotas de poder; no solo lograremos un mejor diálogo entre dirigentes y dirigidos, sino que también viviremos en un ambiente esperanzador, innovador y creativo.
Dialogar: la palabra de orden
Es necesario transformar los paradigmas de comunicación física y virtual. Las organizaciones e instituciones revolucionarias deben explotar mejor las tecnologías de la información y las comunicaciones para lograr un escenario más participativo en el ciberespacio y difundir nuestras ideas socialistas. En el plano físico también deben repensarse los espacios de intercambio entre el pueblo y las autoridades para que estos se atemperen a los tiempos actuales. Asimismo, apremia diversificar las formas de diálogo desde la industria cultural y los medios de comunicación, de manera que el pueblo no se convierta en esclavo de los patrones de conducta y las matrices de opinión dictados desde el mundo occidental capitalista.
En materia de consensos, un ejemplo de verdadera democracia socialista lo constituyó el proceso de consultas populares que dio como resultado la aprobación de la actual Constitución, que terminó siendo el diálogo político más grande de los últimos tiempos en Cuba. Allí quedó demostrado que se puede conectar a todo el pueblo y a la dirigencia en una tarea donde el consenso es imprescindible.
No obstante, nos toca a cada uno de nosotros, los revolucionarios, construir consensos continuamente, incluso a pequeña escala. Para ello, no hace falta la convocatoria de ninguna institución ni el llamado de un funcionario: solo la voluntad de contribuir a un mejor país. En ese bando, el de los que aman y fundan, nos situamos los miembros de Konsensuando.
Epílogo
Este artículo-resumen fue fruto de la participación colectiva de muchas personas en los debates realizados los días 14 (escrito) y 17 (audiochat) de septiembre de 2021 en el grupo de Telegram de Konsensuando. Gracias a las intervenciones de numerosos usuarios, pudimos redactar este breve cúmulo de ideas, acompañado por diez encuestas anónimas sobre los criterios expuestos en dichos debates.
Alentamos a las personas que están leyendo este artículo que consulten nuestros podcast y chat en Telegram para que conozcan otros criterios, comentarios, puntos de vista, y experiencias que por cuestiones de brevedad no pudimos plasmar aquí a detalle.
Como toda obra humana es falible, Konsensuando no pretende decir la última palabra sobre un tema que comienza a aparecer en la agenda pública. Nuestro aporte solo intenta elaborar de manera colectiva una pequeña introducción a un asunto complejísimo, lleno de matices y contradicciones, pero ineludible en los tiempos actuales. En consecuencia, serán bienvenidos todos los señalamientos que surjan de la socialización de este artículo. Construyamos entre todos el futuro de la Revolución cubana.
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Konsensuando es un proyecto de la plataforma digital K-analiza. Tiene su base en la juventud cubana y se propone la construcción de consensos dentro de la Revolución, mediante el intercambio de perspectivas, el aprendizaje conjunto y la crítica constructiva de nuestra realidad política y socioeconómica.
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